miércoles, 1 de mayo de 2013

FÚTBOL Y PARO





En esta semana nos han salpicado los datos de la encuesta de la población activa. Hemos batido un nuevo récord, la cifra de los desempleados supera, con creces, los seis millones de parados. El número de familias que tienen todos sus miembros activos en paro, casi dos millones y, éstos, no reciben ningún sueldo. La tasa de paro supera el 27%

Los datos hablan por sí solos, mis comentarios y juicios no pueden sino corroborar lo dicho por expertos en el ámbito laboral, económico y político. Si se me pidiera un único calificativo, el primero que salta en mi teclado, es el de situación límite.

En el último derby madrileño, que una vez más ha puesto de manifiesto, y esto es una anécdota, la incapacidad de mi vecino del Manzanares para doblegar a los del Paseo de la Castellana, una noticia saltó y retumbó en mis oídos: se ponen a la venta las entradas para ese otro clásico, el de la disputa de la final de la copa del Rey del 2013. Hasta aquí poco sería de destacar pero, lo grotesco o frívolo de la noticia, es que los precios de las entradas oscilan entre los cincuenta, la más barata, y los doscientos setenta y cinco euros la más cara. Precios para ricos en un país con una tasa de paro que desborda el 27%  

Y esto, ¿cómo se come? Resulta que en el país más rico de la Unión Europea, ese que nos martiriza con las puñeteras políticas de austeridad, los espectáculos deportivos cuentan con una más que razonable política de precios. Creo que alguien, alguna vez, me comentó que a partir de los quince o veinte euros tienes alojamiento para ver un partido de la Bundesliga o de la Champions. Aquí con quince o veinte euros no te comes ni un colín. No tenemos precios para “pobres”, los nuestros están en línea con los que ha sedimentado, en nuestras actuaciones, la política del vivir por encima de nuestras posibilidades, esa que ha marcado los últimos años de la vida española. ¡Viva la Pepa!

No vayan a pensar que con esos precios los españoles nos vamos a retraer a la hora de adquirir las localidades. Grandes colas en la ribera dieron testimonio de mi anterior afirmación. El estadio estará a reventar. Pues una de dos, la economía sumergida aflora en este tipo de acontecimientos, haciendo posible la adquisición de las entradas, o éstas se compran con parte de las prestaciones recibidas, provengan del desempleo o de las cada vez más menguadas nóminas de los trabajadores.

Alguien debía poner coto a este tipo de prácticas. Tengo la tentación de convertir los precios a pesetas para dar una mayor idea del calado de la tarifa publicada, pero estoy adaptado al euro, en un sentido y en otro, también para saber que las casi doscientas mil anteriores pesetas, son mil euros.

Tal vez el fútbol, la pasión por unos colores, nos lleve a privarnos de otros gastos para poder atender a ese “bien” de primera necesidad. Tal vez demoremos el pago de la comunidad o pidamos la tarifa social eléctrica o telefónica para poder colgarnos la bufanda de nuestros colores. Es posible. Tal vez pretenda que encaje en mi cabeza cosas que, a priori, no tienen sentido, o que la cortedad de mis ideas hagan imposible ver lo evidente para otros. Soy un apasionado del fútbol, ahora en la televisión, por lo que absténganse aquellos que pudieran tildarme de “antifutbolero”. Sólo creo que, en muchos aspectos, seguimos viviendo por encima de nuestras posibilidades, y si alguien me pidiera, una vez más, un calificativo, el primero que salta otra vez en mi teclado, es el de situación límite.  

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