martes, 16 de agosto de 2011

MAMEN

Tu mirada te delataba. La vida se refleja en el brillo de los ojos. Los tuyos, languidecían poco a poco desde que te comunicaron la existencia de la enfermedad. Cierto es que, con las terapias, la intensidad de la luz parecía regenerarse y afloraban nuevos destellos con los que transmitías las ganas de vivir, la de quedarte con los tuyos, por los que continuamente te desvivías, y seguir estando presente en el mundo que tanto amabas y criticabas. ¡Te quedaban tantas cosas por hacer!

He tenido la oportunidad de conocerte más en los últimos años. El destino nos llevó a una vía secundaria en la que tuvimos que reubicarnos para darle un mayor sentido a nuestra existencia. Te aseguro que has sido ejemplo para alejarme del ostracismo, de la quietud en la que lastimosamente me iba abandonando. Tu fuerza me impulsó a abordar nuevos proyectos que permenecían aparcados por distintas circunstancias de la vida. Si, tú enferma, los afrontabas y superabas, ¿cómo yo iba a permanecer impasible y desmotivado? Has mantenido aspiraciones e ilusiones hasta el último momento de tu existencia.

Tus ojos marcaban el camino sin retorno de la enfermedad. Yo te observaba. Se conjugaban gritos de auxilio con momentos de entereza, apoyados fundamentalmente en tu fe y en la esperanza depositada en Dios nuestro Señor. Esa creencia, nos condujo a Santiago, porque quisimos ser peregrinos y recorrer  los últimos metros hasta llegar a las puertas del templo,  llamar simbólicamente a la vida, con fuertes aldabonazos en sus portadas e implorando  el frenazo de la enfermedad.

No te ví en los últimos días. Fuí cobarde por no querer afrontar cómo la luz cada vez más trémula de tus ojos te iba abandonando hasta cerrarse defintivamente. Sigues en mí. Sigues en y con nosotros. Sigues siendo mi ejemplo, y te doy las gracias por lo mucho que me has dado y por lo que todavía me das. Siempre en mí.