sábado, 1 de junio de 2013

11 S


11-S : OCCIDENTE SINTIÓ LA TRAGEDIA




No suele ser un lugar habitual para el ejercicio y práctica del fotoperiodismo, al menos para los que estamos acostumbrados a observar. Los sucesos trágicos ocurren más allá de sus límites. Nueva York no acapara portadas de revistas con reportajes en los que el “tercer ojo” del fotoperiodista nos abre a la denuncia, a las calamidades que acaecen por los rincones del planeta, el que despierta las conciencias dormidas, ajenas a catástrofes, guerras, violencia, epidemias, desastres naturales, hambruna…Ese “tercer ojo” se destina a otro tipo de reportajes, más frívolos y en la línea de una ciudad cosmopolita que ejerce su dominio en tendencias, modas, eventos deportivos, actos sociales y culturales.  En Nueva York el fotoperiodista que narra conflictos pliega velas cada vez que vuelve, con el material producido bajo el brazo, al descanso del hogar, a la tarea del revelado, montaje, exposición y reconocimiento público de sus trabajos. Nueva York es el refugio de muchos fotoperiodistas. Pocos podrían imaginarse que, la maleta que aparcan por una temporada, se abriría para fotografiar, en el casi estreno del nuevo siglo, la acción terrorista de mayor impacto y trascendencia de la historia, en el centro y corazón del mundo financiero.

Pretendo narrar un día de la vida de seis fotoperiodistas.

Uno de ellos, Bill Biggart salió de su apartamento de Nueva York, en la mañana del 11 de septiembre de 2001, para contar al mundo la dimensión de la tragedia de los atentados de las Torres Gemelas, sin saber que aquél sería su último trabajo, y que sería una de las víctimas, de las muchas miles, que perecieron en los atentados del World Trade Center de Nueva York.


También abandonaron su hogar, cámaras en ristre, James Nachtwey, Steve McCarry, Gulnara Samoilova, Richard Drew y Amy Sancetta. Todos con la misión bien aprendida,  la de dar testimonio, con sus imágenes, del acontecimiento que la historia les ofrecía vivir, la magnitud de la  tragedia de los atentados terroristas del 11-S.

Corrieron mejor suerte que Bill Biggart, ellos sí regresaron a casa.

En el 2001 no existían las redes sociales. El periodismo ciudadano, que muchos hoy postulan, era un concepto ni tan siquiera existente. No disponíamos de aparatos móviles capaces de perpetuar los acontecimientos y posteriormente subirlos a la red. De hecho, los testimonios que más impacto causaron, fueron los audios que las víctimas dejaron registrados en los contestadores telefónicos de sus domicilios y en el de los familiares. Esta es la razón por la que queremos honrar el trabajo de los cinco fotógrafos profesionales, que nos ofrecieron la mayor parte de las fotografías que hoy se almacenan en nuestras memorias, y que nos evocan la profunda dimensión de la tragedia. Son imágenes de un acontecimiento que nos gustaría no haber vivido. En los atentados del 11-S fue el medio televisivo el que transmitió on-line la profundidad del horror.

Bill Biggart murió a los 54 años. Bill se encontraba cubriendo los acontecimientos de los atentados del 11-S cuando, la segunda torre, se vino abajo. Cuando el primer avión chocó, paseaba su perro por lo que hoy es la zona cero. Detectó la extraña nube gris por la calle. Tomó su equipo y llamó a su esposa: “estoy a salvo, con los bomberos, en veinte minutos volveré a casa”. Días más tarde, su cuerpo fue recuperado de entre los escombros y, junto a él, su cámara fotográfica digital Canon D30 y una tarjeta de memoria con 150 instantáneas.

El material de dos cámaras Canon EOS1, en aquella época los fotógrafos se resistían a abandonar los carretes, también fue hallado y, como consecuencia del atentado, resultaron inservibles.

Su viuda llamó a Chip East quien fue el que rescató sus últimas 150 fotografías. La última, a las 10 horas 28 minutos y 24 segundos. Un minuto y medio después caía la segunda de las torres del Worl Trade Center. Los ojos de Bill Biggart se cerraron para siempre. “El tercer ojo”, el de los objetivos de sus cámaras, permaneció abierto. He aquí un testimonio de lo que captó, fue su última fotografía:




Wendy Doremus, su esposa, explica en la página web de su marido www.billbiggart.com ”estoy segura de que si Bill hubiera llegado a casa al final de ese día, hubiera tenido muchas historias que contarnos, como siempre hacía. Y si hubiéramos preguntado cómo fue la jornada, nos habría dicho: haced caso de mi consejo, no os quedéis debajo de ningún edificio alto que haya sido golpeado por aviones”.

James Nachtwey cuenta con una gran experiencia en zonas de conflicto. El 11 de septiembre de 2001 se encontraba en su domicilio de Nueva York. Nachtwey cuenta con un largo recorrido en asuntos bélicos internacionales. Tal vez influyera que su inquietud fotográfica surgiera a raíz de la guerra de Vietnan y del movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos. Es fotógrafo de la revista Time. Miembro de la agencia Magnum de 1986 a 2001. En 2001 publicó el documental War photographer, basado en su obra, dirigido por Christian Frei, y que fue nominado a los Oscar como mejor película documental.

Cuenta con heridas de guerra, en Irak una granada le impactó en el 2003.

Su trabajo no se limita a los conflictos bélicos. El hambre, el sida, el medio ambiente, la pobreza, la injusticia, son sus preocupaciones primarias. La base de operaciones, en Nueva York. Allí estaba el 11 de septiembre.

Nachtwey es meticuloso y perfeccionista. Se caracteriza por la cercanía de sus fotos, capturadas siempre con grandes angulares o 50 mm.

Nachtwey reconoció el horror, que tantas veces sus captaran, desde la ventana de su vivienda en la gran manzana. La sangre del periodista se activó y corrió hacia el World Trade Center. La jornada la saldó con 27 carretes de fotos. “La guerra ahora nos había tocado a nosotros”, fueron sus palabras cuando comprobó la dimensión de la tragedia. Nachtwey también vio la caída de la primera torre, logró refugiarse y así evitó la muerte. James Nachtwey pudo volver a casa.

Estas son algunas de las fotografías captadas, destaca la pulcritud del trabajo de Nachtwey en el desorden y caos de la tragedia.






Nota.- Una cruz permanece todavía firme durante la caída de la primera de las torres, sin duda un elemento icónico y documental en esta fotografía.



Nota.- los bomberos, auténticos protagonistas por su entrega, sacrificio y abnegación.




  



Nota.- Impresionante testimonio…no es Irak, sucedió en el corazón del mundo capitalista y centro financiero mundial.



Nota.- Sin duda estas imágenes nos trasladan al tráiler de una película de Hollywood…pero no era ficción…




Nota.- el mundo del revés, occidente vivió la tragedia, esta vez no se la contaron…



Nota.- Impactante… Un bombero parece hacer equilibrio sobre las ruinas de las torres. En ese ejercicio parece reflexionar sobre la dimensión de la tragedia, un hombre aislado en la profundidad del caos.





Nota.- El “tercer ojo” del fotoperiodista parece estar aquí representado en unos párpados rotos y agrietados que se abren ante el espectáculo dantesco de las ruinas. Los escombros  sepultan a miles de personas, los bomberos parecen desorganizados ante la dimensión de la tragedia, sin duda se estarían preguntando por un por qué cuya respuesta o justificación jamás encontrarían…Hoy, tampoco...



Steve McCurry también vio el amanecer de Nueva York. Es un fotoperiodista que pasará a la historia por ser el autor de la fotografía de “la niña afgana”, publicada en la revista National Geographic en 1985. Es precisamente en Afganistán donde comienza su carrera como fotoperiodista, cubriendo posteriormente prácticamente la totalidad de los conflictos bélicos.

El fotógrafo que “retrata a la persona cuando se halla desprevenida, cuando aflora en su cara la esencia de su alma y sus experiencias, que ejerce un control riguroso de la luz, los ángulos y todos los factores que componen la fotografía”, supo que esas auto exigencias no podrían cumplirse cuando se cubre una tragedia inesperada como del 11-S.

Todos los fotoperiodistas que vivieron el atentado siguen una idéntica pauta. También Steve McCurry. Las primeras imágenes son tomadas desde la lejanía de los apartamentos, posteriormente penetran, poco a poco, en el corazón de la tragedia. En el caso de McCurry, el impacto que las imágenes le causaron fue de tal proporción, que fue incapaz de editar el resultado de su trabajo hasta pasados unos años.







Richard Drew (AP) es el autor de la fotografía más icónica de los atentados del 11-S. Se encontraba en Nueva York para cubrir, en la segunda semana de septiembre, el evento otoñal de la moda. Él mejor que nadie sabía que en el fotoperiodismo no hay trabajos rutinarios. La noticia salta en cualquier momento. Ya lo comprobó cuando el destino le guió hasta el Hotel Ambassador en Los Ángeles, donde Robert Kennedy fue asesinado el 5 de junio de 1968. Ese mismo destino le conducía al centro del atentado cuando recibió la noticia del impacto de un avión en las Torres Gemelas. Richard Drew captó las imágenes de las personas que caían al vacío. El salto a la muerte era la única vía de evacuación para muchas de las personas que quedaron aisladas en las plantas superiores de los rascacielos




Sólo The New York Times publicó esta imagen. En la instantánea se ve a un hombre caer bocabajo, causando una fuerte impresión cuando el mundo la encontró en la portada del diario. La fotografía fue protagonista de un gran debate político, ciudadano y periodístico, cuestionándose la necesidad o conveniencia de publicar este tipo de fotografías. Algunos medios optaron por no publicarla y dar a luz sólo aquellas que reflejaron los actos heroicos. EE.UU. había sufrido demasiado con el terrible atentado. Otros tomaron el camino del derecho a la información, la ciudadanía tenía que conocer y ser testigos de la verdad, de lo que realmente ocurrió.

Se investigó sobre quién era el hombre inmortalizado en la instantánea. Posiblemente se tratara de Jonathan Briley, empleado en uno de los restaurantes situados en las plantas superiores del edificio. Para Richard Drew siempre será una persona anónima, “siempre seguirá siendo el soldado desconocido”.

Para Daniel Caballo, periodista gráfico, “el hombre saltando del edificio, es la única imagen de personas que van a fallecer que se pudo observar en el 11-S. Hubo una gran censura, no sabemos si para salvaguardar los intereses de los EE.UU. por todo el conflicto. En ningún caso se vio sangre ni vísceras y, hubo muertos…ni se sabe todavía la cifra concreta”.


Esta fotografía se quedó a las puertas de ganar el Worl Press Photo 2001, obtuvo el tercer puesto dentro de la categoría de noticias de última hora. El calado de la imagen tomada por Richard Drew es de tal profundidad, que pocos se acordarán de la fotografía que consiguió el galardón (Erik Refner. Niño muerto por deshidratación en Pakistán).

También de AP, la fotógrafo Gulnara Samoilova.




En esta foto de archivo del 11 de septiembre del 2001 se ve a la gente cubierta de polvo entre los escombros de la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York. El turno de Gulnara Samoilova en el archivo de fotos de la AP no comenzaba hasta el mediodía y solía levantarse tarde. Pero esta vez la despertaron las sirenas insistentes, recuerda Samoilova, nativa de la República Rusa de Bashkortostán. Encendió la televisión y a las 9:03 vio que el segundo avión se estrellaba en una torre. Su departamento estaba a cuatro manzanas de las Torres. Tomó las cámaras, varios rollos y corrió a la calle. Debajo de la Torre Sur tomó su lente de 85 mm, vio cómo la torre empezaba a desplomarse y tomó una instantánea más antes de que alguien ordenara "¡Corramos!". La fuerza del impacto "fue como un miniterremoto" y cayó al piso. La gente empezó a pisotearla. "Temí morirme allí mismo", dijo la fotógrafa de 46 años. Se levantó cuando la nube de polvo estaba por envolverla. Se zambulló debajo de un automóvil y quedó encogida en posición fetal. Como "una poderosa ráfaga", una lluvia de escombros cayó sobre el auto y le llenó de polvo los ojos, la boca, la nariz, las orejas. "Estaba oscuro y silencioso", recuerda. "Pensé que me sepultaría viva". Pero de pronto recobró la vista, salió de su refugio y empezó a tomar fotos. En su imagen más impresionante se ve una docena de personas cubiertas de polvo y escombros. Tomó sus fotos en blanco y negro. Cuando le preguntaron si tenía importancia, respondió que "estaban todos cubiertos de polvo, de polvo gris".

Otros fotógrafos que aportaron su testimonio de los acontecimientos del 11 de septiembre fueron Amy Sancetta. Al igual que Richard Drew, Sancetta se encontraba en Nueva York para cubrir su décimo abierto de tenis de los EE.UU. Disponía de dos cámaras Nikon D1H. Trabajó con teleobjetivos de 80-200 mm.  La primera de ellas es de un indudable significado, pues no debemos olvidar que Nueva York es el centro financiero del mundo. El ejecutivo, maletín en ristre, abandona el escenario de la tragedia, envuelto por la polvareda ocasionada por el desplome de los edificios, justo en el momento en que otro individuo accede a la boca del metro de Nueva York. La espesa capa de polvo difumina al resto de los ciudadanos que, con innegable parsimonia, abandonan el escenario del atentado.


En la siguiente imagen se capta el preciso instante del derrumbe de la primera de las torres.  

Nota.- Como un castillo de naipes
           

Amy Sancetta la tomó mientras enfocaba las ventanas de la torre sur, y muestran el momento en que la parte superior de la torre “se resquebraja y comienza a desplomarse”.

También fue relevante el trabajo de Marty Lederhandler, ya fallecido.


Para terminar indicar que veces se suele preguntar a los fotógrafos cómo pueden seguir trabajando en medio de un tragedia. La cámara, los objetivos, en definitiva, ese “tercer ojo” del fotoperiodista “actúa como filtro” en palabras de Richard Drew. Lo que acontece, sucede en el otro lado. En este mismo sentido se manifiesta Marty Lederhandler, quien manifestó que “dejo que la cámara absorba todo el desastre o la tristeza de lo que ocurre. La cámara me protege a mí del incidente”.

Yo muchas veces me cuestiono sobre la trascendencia e importancia de la profesión del fotoperiodista y, cómo a través del “tercer ojo”, ese que todo lo ve,  es capaz de transmitirnos y reflejarnos la información y sobre todo el sentimiento, porque no me cabe la menor duda de que, ésta última, es su labor más fundamental, ya que no puede existir un verdadero y auténtico periodismo que pueda ser ajeno a las emociones y que abra, en los ojos acomodados del mundo, al menos, una pequeña interrogante. Esa es su grandeza.

Madrid, 12 de Mayo de 2013.















viernes, 17 de mayo de 2013

JAMES NACHTWEY






Siempre me he preguntado de qué pasta están hechos los fotoperiodistas, qué vacuna les ha sido inoculada para preservarlos del horror que el mundo, cada día con más inquina, les pone a su disposición para ser captados por sus cámaras fotográficas.

En la vida de James Nachtwey la guerra de Vietnan supuso un punto de inflexión. Las imágenes de ese conflicto le conducen a un replanteamiento de vida, quiere ser fotógrafo y dar testimonio de la historia, pero no de una forma más o menos académica, sino reflejando las emociones reales de la gente normal, las que nacen como consecuencia de la violación sistemática de los códigos normales de comportamiento que, como consecuencia del conflicto, quedan derogados, siendo los ojos de James Nachtwey los que dan luz a las víctimas de las injusticias y, sus instantáneas, voz a los que padecen las violencias innecesarias.

Esa maravillosa vacuna es la que nos posibilita  sentir las emociones que se derivan del trabajo previo de denuncia de Nachtwey, conocer la vida de los que viven entre las vías de un tren en Yakarta (Indonesia), los vertederos de basura donde, en las arenas movedizas de la mugre, los niños apagan su infancia hurgando en la basura, conviviendo con el hedor que desprende las desigualdades del mundo y los propios de la bazofia.

Con sus fotografías Nachtwey logra convencer e impactar a la gente, nos convierte en parte del problema, nos quita la venda que nos ponen y/o nosotros mismos colocamos, para que no podamos dejar de sentir por el simple hecho de no convivir en el lugar de la tragedia. 

Lo que James Nachtwey hace con el fotoperiodismo es una apuesta decidida por los sentimientos y es que sin emociones y pasiones el bendito oficio del periodismo carecería de sentido.


domingo, 12 de mayo de 2013

HOMENAJE A ANTONIO HERRERO


ANTONIO HERRERO: EL PRIMERO DE LA MAÑANA

Juan José Lucena Herrera
Madrid, 12 de Mayo 2013

En la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, se ha rendido homenaje a Antonio Herrero, fallecido hace quince años en el cénit de su carrera periodística. Familia, compañeros y colaboradores evocan, en un sentido acto, la figura del periodista que hizo compatible el periodismo y la libertad.


                         Foto: Alberto Fanego                                       

Carmen Pérez de Armiñan, Decana de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, abrió el acto destacando la importancia de la figura de Antonio Herrero y la de su homenaje en “la cuna de los futuros periodistas”. Pilar de Vicente, subdirectora del programa “el primero de la mañana” de la cadena COPE,  líder de audiencia de la radio española, fue la encargada de presentar a los distintos familiares, compañeros y amigos que acudieron al evento, para rendir homenaje a la figura del periodista trágicamente fallecido hace ahora quince años.

José María García, sensiblemente emocionado, recordó distintas anécdotas de la vida de Antonio Herrero relacionadas con el mundial de fútbol organizado en nuestro país en 1982, destacando, al hilo de la intervención de la Decana, que “hace cuarenta años que el periodismo entró en la facultad, pero hoy los periodistas no conocen la Universidad”. Rubén Amón destacó que, “lo que se puede hacer con el periodismo es apostar por los sentimientos”, teniendo igualmente palabras emotivas hacia la figura de su padre, Santiago Amón, colaborador del programa, quien falleció en accidente de helicóptero en 1988.

Para Manuel Martín Ferrán el oficio del periodismo “exige un sentido de entrega, ahí está el truco”, destacando de la figura de Antonio Herrero “su instinto periodístico”. Pedro J. Ramírez, director del diario El Mundo, destacó que “el trabajo del periodista es gestionar lo efímero”, incidiendo en que “el periodismo es una forma de vida” . Finalizó su intervención preguntándose cuál sería la palabra que pudiera definir con mayor precisión la figura de Antonio Herrero y, en este sentido, no tuvo ninguna duda en señalar que la palabra que mejor lo definiría sería la de "indomable".

Destacaron las ausencias de Federico Jiménez Losantos y Luis Herrero, colaboradores y continuadores, en la cadena COPE, del programa de Antonio Herrero.

Emotivas las intervenciones de Beatriz Pecker, esposa del malogrado periodista, y la de sus hijos, dejando en el auditorio un halo de sensibilidad y recuerdo para un profesional que sigue muy vivo en muchos de sus seguidores y, aún más, en quienes trabajaron junto a él. El homenaje dejó en los asistentes una impronta imborrable, cargadas de anécdotas y momentos inolvidables.