Nadie puede ser contrario a la
movilización social. La historia se construye a través de las mismas. ¿No fue
una movilización social la que inspiró la revolución francesa? Los grupos
sociales inspiran los cambios políticos y, éstos, con sus reformas legislativas
adecuan las leyes a los postulados que la sociedad demanda. Lo más habitual es
que cada cuatro años se renueve, o no, la confianza que se ha depositado en los
políticos, siendo éste un test regulado y normalizado por unas reglas o normas
que la propia sociedad ha refrendado y aceptado.
Hoy la movilización social está
encabezada por grupos nacidos ante el desencanto y la falta de eficacia de las
instituciones democráticas. Lo económico, la defensa de los derechos sociales
que inspiran el estado de bienestar, inspiran a una una sociedad postmaterialista
donde la ideología cede ante otro tipo de exigencias, los actores sociales
emergen en un proceso rápido donde estas expectativas van unidas a la aparición
de unas nuevas necesidades, traduciéndose de forma casi instantánea en
movilización social que presiona sobre el propio sistema político. La
legitimidad tradicional ya no resulta válida: ahora depende de la eficacia, de
la capacidad de respuesta ante las nuevas necesidades de los ciudadanos.
Siguiendo a eminentes sociólogos que
estudian este tipo de situaciones (Deutsch y Lipset), cuando más se posponga el
proceso de inclusión de los grupos sociales emergentes, mayores serán las
expectativas de éstos, también mayor su tentación al radicalismo, y cada vez
más, dependerá la estabilidad de los gobiernos y la paz social, de los
resultados, medidos en términos de eficacia, en detrimento de otro tipo de
legitimidad democrática.
Pero, ¿la movilización social solo se
inspira en términos de eficacia? El radicalismo de muchos grupos sociales,
¿carece de ideología política? Este tipo de actores sociales, ¿son sólo activos
cuando quien dirige la vida política es un gobierno contrario a las ideas de
los propios grupos ? Hoy nadie puede estar ausente o ponerse de perfil ante la
realidad de los españoles afectados por las hipotecas, un drama que a diario
nos golpea y que nos hace cuestionarnos en muchas ocasiones la legitimidad no
medida en términos de eficacia, al poner en tela de juicio el propio sistema,
al identificarlo con los sectores tradicionalmente dominantes, ya sean
sociales, financieros o económicos.
Lamentablemente el problema de los
afectados proviene de años atrás. No es algo que haya surgido en 2012. Sin duda
es consecuencia de la crisis económica y de políticas implementadas por
gobiernos de uno y otro signo político. Viene a mi memoria las palabras de
Carme Chacón en el año 2007, siendo ministra de la vivienda: “Vamos a agilizar
los desahucios”, y para ello abordó un plan que fue presentado a aquél Consejo
de Ministros. El “plan Chacón” fue aprobado en el mes de septiembre de 2007,
planteando los lanzamientos rápidos como una fórmula de protección de
propietarios frente a inquilinos “sistemáticos y profesionales”.
Porque era ya un grave problema a
finales de 2007. Atendiendo a los datos elaborados por la Plataforma de
afectados por la hipoteca, que ha visto la luz a principios del año en curso,
los lanzamientos producidos entre el año 2008 al 2011 ascienden a 166.716, y hasta
el tercer trimestre del 2012, son 49.702 el número de lanzamientos. Estos datos
corresponden a los que son recogidos por Servicios Comunes para los periodos
que estamos analizando. Si tomamos la referencia facilitada por los Juzgados de
Primera Instancia, la Plataforma de afectados calcula un coeficiente
multiplicador, y estima, además, esta
estadística como más acertada, arrojando un total de 286.052 lanzamientos para
el periodo 2007-2011, frente a 76.724 correspondientes a los tres primeros
trimestres del año 2012.
El estudio profundiza en más
informaciones, como en la distribución de lanzamientos por CC.AA., siendo las
más afectadas aquellas que tienen un componente mayor de segunda y/o terceras
viviendas, al ser Comunidades costeras.
Queda pues acreditada la existencia de
una situación que, como no podía ser de otra manera, obedece a la existencia de
una profunda crisis económica y a las consecuencias de una política apalancada
en el sector inmobiliario. Los datos facilitados por la Plataforma
correspondientes al periodo 2007-2011 son los suficientemente expresivos como
para que, conscientes de la realidad de los afectados y mostrando una
solidaridad sin límites hacia ellos, podamos demandar por qué en los años del
inicio y repunte de la crisis, no hayamos asistido por parte de las distintas
Plataformas, a la persecución de los políticos del partido en ese momento con
la responsabilidad de la acción de gobierno, lo cual no quiere decir, bajo
ningún concepto, que hubiésemos respaldado dicha actuación. La hubiéramos
reprobado como denunciamos las actuales acciones de “escrache” producidas.
Hoy asistimos a acciones conjuntas
contra las sedes del partido en el gobierno por parte de las plataformas de
afectados. Han comparecido en rueda de prensa junto con los secretarios
generales de los sindicatos de clase mayoritarios, y con clara vinculación
hacia los partidos de izquierda de nuestra país. Creo que ello justifica mi
razonamiento: el escrache, que palabro más inoportuno, tiene su razón de ser,
siempre y cuando se realice contra los políticos pertenecientes al Partido
Popular, que tiene encomendada, porque así lo ha decidido la mayoría de los
españoles, la acción de gobierno.
Gonzalo Moliner, Presidente del
Consejo General del Poder Judicial, ha reconocido que la actual situación de
crisis económica ha aumentado el número de ejecuciones hipotecarias,
situándolas a finales del 2012 en 198.076 casos pendientes. Esta cifra refleja
un problema social y político. No se disponen de datos de ejecuciones
correspondientes a primera vivienda, la mayoría, en palabras del Presidente del
Consejo, lo son de locales de negocio, estimando la cifra de las ejecuciones en
las que la garantía de las operaciones recae en primera vivienda, en un diez
por ciento del total de los casos pendientes.
Todo lo que pueda repercutir en los
derechos fundamentales de la persona, en sus derechos políticos y sociales, en
cuanto a que se lesionen o menoscaben, merece una contestación por parte de
aquellos grupos u actores sociales que enarbolen su defensa y constituya esta
premisa su razón de ser. Otra cosa, muy distinta, son las formas empleadas, la
intimidación, la persecución, el acoso…¿Es que no constituye dicha acción una
violación de los derechos fundamentales del político perseguido? ¿El fin
justifica los medios?
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