Por Juan José Lucena Herrera
Son muchos los que hablan del uso o abuso del
teléfono móvil, de sus efectos dañinos o perjudiciales, desde el punto de vista
médico, en un corto, medio y largo plazo, pero lo que sí resulta evidente, es
que se ha convertido en compañero de nuestra actividad diaria, de tal forma que, sin un móvil en la mano, nos falta algo, y si por un casual, una mañana
cometemos el imperdonable desliz de dejarlo olvidado en casa, nos deja una
sensación de un profundo desasosiego durante toda la jornada, hasta que de
nuevo, no sin una satisfacción desbordada, lo depositemos en los bolsillos de nuestros
pantalones o chaquetas. Estar a la última en tecnología ya no es una opción.
Aplicaciones que nos abren a las redes sociales forman parte de nosotros
mismos, de nuestra vida de relación, una nueva forma de socialización. Eso es
lo que la telefonía móvil ha conseguido, ser parte de nuestra existencia, nada
más y nada menos.
Nuestro día a día no sólo se refiere al ocio o a la
evasión. Resulta evidente su uso dentro del ámbito profesional. El móvil
conecta, por ejemplo, al informador radiofónico con sus oyentes sin necesidad
de la parafernalia de unidades móviles siempre costosas. La telefonía de
bolsillo ha conseguido eso, reducción de costes, fomentando la instantaneidad y
rapidez de la información. También en las ruedas de prensa, tanto para audios,
videos y para el fotoperiodismo.
Estos efectos positivos de la telefonía móvil son
evidentes. Como todo en la vida, es necesario su uso razonable y sensato. El
uso de la tecnología afecta a nuestra vida cotidiana, pudiendo generar una
adicción que requiera un tratamiento para la superación de la misma. Como en
todos los órdenes, mesura. Con la telefonía móvil, también. Es mi recomendación.
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