En esta semana nos han salpicado los
datos de la encuesta de la población activa. Hemos batido un nuevo récord, la
cifra de los desempleados supera, con creces, los seis millones de parados. El
número de familias que tienen todos sus miembros activos en paro, casi dos
millones y, éstos, no reciben ningún sueldo. La tasa de paro supera el 27%
Los datos hablan por sí solos, mis
comentarios y juicios no pueden sino corroborar lo dicho por expertos en el
ámbito laboral, económico y político. Si se me pidiera un único calificativo,
el primero que salta en mi teclado, es el de situación límite.
En el último derby madrileño, que una
vez más ha puesto de manifiesto, y esto es una anécdota, la incapacidad de mi
vecino del Manzanares para doblegar a los del Paseo de la Castellana, una
noticia saltó y retumbó en mis oídos: se ponen a la venta las entradas para ese
otro clásico, el de la disputa de la final de la copa del Rey del 2013. Hasta
aquí poco sería de destacar pero, lo grotesco o frívolo de la noticia, es que los
precios de las entradas oscilan entre los cincuenta, la más barata, y los
doscientos setenta y cinco euros la más cara. Precios para ricos en un país
con una tasa de paro que desborda el 27%
Y esto, ¿cómo se come? Resulta que en
el país más rico de la Unión Europea, ese que nos martiriza con las puñeteras
políticas de austeridad, los espectáculos deportivos cuentan con una más que
razonable política de precios. Creo que alguien, alguna vez, me comentó que a
partir de los quince o veinte euros tienes alojamiento para ver un partido de
la Bundesliga o de la Champions. Aquí con quince o veinte euros no te comes ni
un colín. No tenemos precios para “pobres”, los nuestros están en línea con los
que ha sedimentado, en nuestras actuaciones, la política del vivir por encima
de nuestras posibilidades, esa que ha marcado los últimos años de la vida
española. ¡Viva la Pepa!
No vayan a pensar que con esos precios
los españoles nos vamos a retraer a la hora de adquirir las localidades.
Grandes colas en la ribera dieron testimonio de mi anterior afirmación. El
estadio estará a reventar. Pues una de dos, la economía sumergida aflora en
este tipo de acontecimientos, haciendo posible la adquisición de las entradas,
o éstas se compran con parte de las prestaciones recibidas, provengan del
desempleo o de las cada vez más menguadas nóminas de los trabajadores.
Alguien debía poner coto a este tipo
de prácticas. Tengo la tentación de convertir los precios a pesetas para dar
una mayor idea del calado de la tarifa publicada, pero estoy adaptado al euro,
en un sentido y en otro, también para saber que las casi doscientas mil
anteriores pesetas, son mil euros.
Tal vez el fútbol, la pasión por unos
colores, nos lleve a privarnos de otros gastos para poder atender a ese “bien”
de primera necesidad. Tal vez demoremos el pago de la comunidad o pidamos la
tarifa social eléctrica o telefónica para poder colgarnos la bufanda de
nuestros colores. Es posible. Tal vez pretenda que encaje en mi cabeza cosas
que, a priori, no tienen sentido, o que la cortedad de mis ideas hagan
imposible ver lo evidente para otros. Soy un apasionado del fútbol, ahora en la
televisión, por lo que absténganse aquellos que pudieran tildarme de “antifutbolero”. Sólo creo que, en muchos aspectos, seguimos viviendo por
encima de nuestras posibilidades, y si alguien me pidiera, una vez más, un
calificativo, el primero que salta otra vez en mi teclado, es el de situación
límite.
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