11-S : OCCIDENTE SINTIÓ LA TRAGEDIA
No suele ser un lugar habitual para el ejercicio y
práctica del fotoperiodismo, al menos para los que estamos acostumbrados a
observar. Los sucesos trágicos ocurren más allá de sus límites. Nueva York no
acapara portadas de revistas con reportajes en los que el “tercer ojo” del
fotoperiodista nos abre a la denuncia, a las calamidades que acaecen por los
rincones del planeta, el que despierta las conciencias dormidas, ajenas a
catástrofes, guerras, violencia, epidemias, desastres naturales, hambruna…Ese “tercer
ojo” se destina a otro tipo de reportajes, más frívolos y en la línea de una
ciudad cosmopolita que ejerce su dominio en tendencias, modas, eventos deportivos,
actos sociales y culturales. En Nueva
York el fotoperiodista que narra conflictos pliega velas cada vez que vuelve,
con el material producido bajo el brazo, al descanso del hogar, a la tarea del
revelado, montaje, exposición y reconocimiento público de sus trabajos. Nueva
York es el refugio de muchos fotoperiodistas. Pocos podrían imaginarse que, la
maleta que aparcan por una temporada, se abriría para fotografiar, en el casi
estreno del nuevo siglo, la acción terrorista de mayor impacto y trascendencia
de la historia, en el centro y corazón del mundo financiero.
Pretendo narrar un día de la vida de seis
fotoperiodistas.
Uno de ellos, Bill
Biggart salió de su apartamento de Nueva York, en la mañana del 11 de septiembre
de 2001, para contar al mundo la dimensión de la tragedia de los atentados de
las Torres Gemelas, sin saber que aquél sería su último trabajo, y que sería
una de las víctimas, de las muchas miles, que perecieron en los atentados del World
Trade Center de Nueva York.
También abandonaron su hogar, cámaras en ristre, James Nachtwey, Steve McCarry, Gulnara
Samoilova, Richard Drew y Amy Sancetta. Todos con la misión bien
aprendida, la de dar testimonio, con sus
imágenes, del acontecimiento que la historia les ofrecía vivir, la magnitud de
la tragedia de los atentados terroristas
del 11-S.
Corrieron mejor suerte que Bill Biggart, ellos sí regresaron a casa.
En el 2001 no existían las redes sociales. El
periodismo ciudadano, que muchos hoy postulan, era un concepto ni tan siquiera existente.
No disponíamos de aparatos móviles capaces de perpetuar los acontecimientos y
posteriormente subirlos a la red. De hecho, los testimonios que más impacto
causaron, fueron los audios que las víctimas dejaron registrados en los
contestadores telefónicos de sus domicilios y en el de los familiares. Esta es
la razón por la que queremos honrar el trabajo de los cinco fotógrafos
profesionales, que nos ofrecieron la mayor parte de las fotografías que hoy se
almacenan en nuestras memorias, y que nos evocan la profunda dimensión de la
tragedia. Son imágenes de un acontecimiento que nos gustaría no haber vivido.
En los atentados del 11-S fue el medio televisivo el que transmitió on-line la
profundidad del horror.
Bill
Biggart murió a los 54 años. Bill
se encontraba cubriendo los acontecimientos de los atentados del 11-S cuando,
la segunda torre, se vino abajo. Cuando el primer avión chocó, paseaba su perro
por lo que hoy es la zona cero. Detectó la extraña nube gris por la calle. Tomó
su equipo y llamó a su esposa: “estoy a salvo, con los bomberos, en veinte
minutos volveré a casa”. Días más tarde, su cuerpo fue recuperado de entre los
escombros y, junto a él, su cámara fotográfica digital Canon D30 y una tarjeta de memoria con 150 instantáneas.
El material de dos cámaras Canon EOS1, en aquella época los fotógrafos se resistían a
abandonar los carretes, también fue hallado y, como consecuencia del atentado,
resultaron inservibles.
Su viuda llamó a Chip East quien fue el que rescató
sus últimas 150 fotografías. La última, a las 10 horas 28 minutos y 24
segundos. Un minuto y medio después caía la segunda de las torres del Worl Trade Center. Los ojos de Bill Biggart se cerraron para siempre.
“El tercer ojo”, el de los objetivos de sus cámaras, permaneció abierto. He
aquí un testimonio de lo que captó, fue su última fotografía:
Wendy
Doremus, su esposa, explica en la
página web de su marido www.billbiggart.com ”estoy
segura de que si Bill hubiera llegado a casa al final de ese día, hubiera
tenido muchas historias que contarnos, como siempre hacía. Y si hubiéramos
preguntado cómo fue la jornada, nos habría dicho: haced caso de mi consejo, no
os quedéis debajo de ningún edificio alto que haya sido golpeado por aviones”.
James
Nachtwey cuenta con una gran experiencia en zonas de
conflicto. El 11 de septiembre de 2001 se encontraba en su domicilio de Nueva
York. Nachtwey cuenta con un largo
recorrido en asuntos bélicos internacionales. Tal vez influyera que su
inquietud fotográfica surgiera a raíz de la guerra de Vietnan y del movimiento
por los derechos civiles de los afroamericanos. Es fotógrafo de la revista Time.
Miembro de la agencia Magnum de 1986 a 2001. En 2001 publicó el documental War photographer, basado
en su obra, dirigido por Christian Frei,
y que fue nominado a los Oscar como mejor película documental.
Cuenta con heridas de guerra, en Irak una granada
le impactó en el 2003.
Su trabajo no se limita a los conflictos bélicos.
El hambre, el sida, el medio ambiente, la pobreza, la injusticia, son sus
preocupaciones primarias. La base de operaciones, en Nueva York. Allí estaba el
11 de septiembre.
Nachtwey es meticuloso y perfeccionista. Se caracteriza
por la cercanía de sus fotos, capturadas siempre con grandes angulares o 50 mm.
Nachtwey reconoció el horror, que tantas veces sus
captaran, desde la ventana de su vivienda en la gran manzana. La sangre del
periodista se activó y corrió hacia el World Trade Center. La jornada la
saldó con 27 carretes de fotos. “La
guerra ahora nos había tocado a nosotros”, fueron sus palabras cuando
comprobó la dimensión de la tragedia. Nachtwey
también vio la caída de la primera torre, logró refugiarse y así evitó la
muerte. James Nachtwey pudo volver a
casa.
Estas son algunas de las fotografías captadas,
destaca la pulcritud del trabajo de Nachtwey
en el desorden y caos de la tragedia.
Nota.- Una cruz permanece todavía firme durante la
caída de la primera de las torres, sin duda un elemento icónico y documental en
esta fotografía.
Nota.- los bomberos, auténticos protagonistas por
su entrega, sacrificio y abnegación.
Nota.- Impresionante testimonio…no es Irak,
sucedió en el corazón del mundo capitalista y centro financiero mundial.
Nota.- Sin duda estas imágenes nos trasladan al
tráiler de una película de Hollywood…pero no era ficción…
Nota.- el mundo del revés, occidente vivió la
tragedia, esta vez no se la contaron…
Nota.- Impactante… Un bombero parece hacer
equilibrio sobre las ruinas de las torres. En ese ejercicio parece reflexionar
sobre la dimensión de la tragedia, un hombre aislado en la profundidad del
caos.
Nota.- El “tercer ojo” del fotoperiodista parece
estar aquí representado en unos párpados rotos y agrietados que se abren ante
el espectáculo dantesco de las ruinas. Los escombros sepultan a miles de personas, los bomberos parecen
desorganizados ante la dimensión de la tragedia, sin duda se estarían
preguntando por un por qué cuya respuesta o justificación jamás
encontrarían…Hoy, tampoco...
Steve
McCurry también vio el amanecer
de Nueva York. Es un fotoperiodista que pasará a la historia por ser el autor
de la fotografía de “la niña afgana”, publicada en la revista National
Geographic en 1985. Es precisamente en Afganistán donde comienza su
carrera como fotoperiodista, cubriendo posteriormente prácticamente la totalidad
de los conflictos bélicos.
El fotógrafo que “retrata a la persona cuando se halla desprevenida, cuando aflora en su
cara la esencia de su alma y sus experiencias, que ejerce un control riguroso
de la luz, los ángulos y todos los factores que componen la fotografía”,
supo que esas auto exigencias no podrían cumplirse cuando se cubre una tragedia
inesperada como del 11-S.
Todos los fotoperiodistas que vivieron el atentado
siguen una idéntica pauta. También Steve
McCurry. Las primeras imágenes son tomadas desde la lejanía de los
apartamentos, posteriormente penetran, poco a poco, en el corazón de la
tragedia. En el caso de McCurry, el
impacto que las imágenes le causaron fue de tal proporción, que fue incapaz de
editar el resultado de su trabajo hasta pasados unos años.
Richard
Drew (AP) es el autor de la
fotografía más icónica de los atentados del 11-S. Se encontraba en Nueva York
para cubrir, en la segunda semana de septiembre, el evento otoñal de la moda.
Él mejor que nadie sabía que en el fotoperiodismo no hay trabajos rutinarios.
La noticia salta en cualquier momento. Ya lo comprobó cuando el destino le guió
hasta el Hotel Ambassador en Los
Ángeles, donde Robert Kennedy fue
asesinado el 5 de junio de 1968. Ese mismo destino le conducía al centro del
atentado cuando recibió la noticia del impacto de un avión en las Torres
Gemelas. Richard Drew captó las
imágenes de las personas que caían al vacío. El salto a la muerte era la única
vía de evacuación para muchas de las personas que quedaron aisladas en las
plantas superiores de los rascacielos
Sólo The New York Times publicó esta
imagen. En la instantánea se ve a un hombre caer bocabajo, causando una fuerte
impresión cuando el mundo la encontró en la portada del diario. La fotografía
fue protagonista de un gran debate político, ciudadano y periodístico,
cuestionándose la necesidad o conveniencia de publicar este tipo de
fotografías. Algunos medios optaron por no publicarla y dar a luz sólo aquellas
que reflejaron los actos heroicos. EE.UU. había sufrido demasiado con el
terrible atentado. Otros tomaron el camino del derecho a la información, la
ciudadanía tenía que conocer y ser testigos de la verdad, de lo que realmente
ocurrió.
Se investigó sobre quién era el hombre
inmortalizado en la instantánea. Posiblemente se tratara de Jonathan Briley, empleado en uno de los
restaurantes situados en las plantas superiores del edificio. Para Richard Drew siempre será una persona
anónima, “siempre seguirá siendo el
soldado desconocido”.
Para Daniel Caballo, periodista gráfico, “el hombre saltando del edificio, es la
única imagen de personas que van a fallecer que se pudo observar en el 11-S.
Hubo una gran censura, no sabemos si para salvaguardar los intereses de los
EE.UU. por todo el conflicto. En ningún caso se vio sangre ni vísceras y, hubo
muertos…ni se sabe todavía la cifra concreta”.
Esta fotografía se quedó a las puertas de ganar el
Worl
Press Photo 2001, obtuvo el tercer puesto dentro de la categoría de
noticias de última hora. El calado de la imagen tomada por Richard Drew es de tal profundidad, que pocos se acordarán de la
fotografía que consiguió el galardón (Erik
Refner. Niño muerto por deshidratación en Pakistán).
También de AP, la fotógrafo Gulnara Samoilova.
En esta foto de archivo del 11 de septiembre del 2001 se
ve a la gente cubierta de polvo entre los escombros de la destrucción de las
Torres Gemelas en Nueva York. El turno de Gulnara
Samoilova en el archivo de fotos de la AP no comenzaba hasta el mediodía y
solía levantarse tarde. Pero esta vez la despertaron las sirenas insistentes,
recuerda Samoilova, nativa de la
República Rusa de Bashkortostán. Encendió la televisión y a las 9:03 vio que el
segundo avión se estrellaba en una torre. Su departamento estaba a cuatro
manzanas de las Torres. Tomó las cámaras, varios rollos y corrió a la calle.
Debajo de la Torre Sur tomó su lente de 85 mm, vio cómo la torre empezaba a
desplomarse y tomó una instantánea más antes de que alguien ordenara "¡Corramos!". La fuerza del
impacto "fue como un
miniterremoto" y cayó al piso. La gente empezó a pisotearla. "Temí morirme allí mismo",
dijo la fotógrafa de 46 años. Se levantó cuando la nube de polvo estaba por
envolverla. Se zambulló debajo de un automóvil y quedó encogida en posición
fetal. Como "una poderosa
ráfaga", una lluvia de escombros cayó sobre el auto y le llenó de
polvo los ojos, la boca, la nariz, las orejas. "Estaba oscuro y silencioso", recuerda. "Pensé que me sepultaría viva".
Pero de pronto recobró la vista, salió de su refugio y empezó a tomar fotos. En
su imagen más impresionante se ve una docena de personas cubiertas de polvo y
escombros. Tomó sus fotos en blanco y negro. Cuando le preguntaron si tenía
importancia, respondió que "estaban
todos cubiertos de polvo, de polvo gris".
Otros fotógrafos que aportaron su testimonio de los
acontecimientos del 11 de septiembre fueron Amy Sancetta. Al igual que Richard
Drew, Sancetta se encontraba en Nueva York para cubrir su décimo abierto de
tenis de los EE.UU. Disponía de dos cámaras Nikon D1H. Trabajó con
teleobjetivos de 80-200 mm. La primera
de ellas es de un indudable significado, pues no debemos olvidar que Nueva York
es el centro financiero del mundo. El ejecutivo, maletín en ristre, abandona el
escenario de la tragedia, envuelto por la polvareda ocasionada por el desplome
de los edificios, justo en el momento en que otro individuo accede a la boca
del metro de Nueva York. La espesa capa de polvo difumina al resto de los
ciudadanos que, con innegable parsimonia, abandonan el escenario del atentado.
En la siguiente imagen se capta el preciso instante del
derrumbe de la primera de las torres.
Nota.- Como un castillo de naipes
Amy Sancetta la tomó mientras enfocaba las ventanas de la torre sur,
y muestran el momento en que la parte superior de la torre “se resquebraja y comienza a desplomarse”.
También fue relevante el trabajo de Marty Lederhandler, ya fallecido.
Para terminar indicar que veces se suele preguntar a los
fotógrafos cómo pueden seguir trabajando en medio de un tragedia. La cámara,
los objetivos, en definitiva, ese “tercer ojo” del fotoperiodista “actúa como filtro” en palabras de Richard Drew. Lo que acontece, sucede
en el otro lado. En este mismo sentido se manifiesta Marty Lederhandler, quien manifestó que “dejo que la cámara absorba todo el desastre o la tristeza de lo que
ocurre. La cámara me protege a mí del incidente”.
Yo muchas veces me cuestiono sobre la trascendencia e
importancia de la profesión del fotoperiodista y, cómo a través del “tercer
ojo”, ese que todo lo ve, es capaz de
transmitirnos y reflejarnos la información y sobre todo el sentimiento, porque
no me cabe la menor duda de que, ésta última, es su labor más fundamental, ya
que no puede existir un verdadero y auténtico periodismo que pueda ser ajeno a
las emociones y que abra, en los ojos acomodados del mundo, al menos, una
pequeña interrogante. Esa es su grandeza.
Madrid, 12 de Mayo de 2013.